La falsedad se ha vuelto tan común que parece normal. Hay pocos modelos de honradez. Y esto sienta las bases de la negación.
La adicción prospera con la falsedad. Como el adicto se miente a sí mismo respecto a las consecuencias de su consumo, cuando empiece un tratamiento recibirá la consigna de que debe ser honrado consigo mismo y con los demás si quiere recuperarse y mantenerse recuperado.
A todos nosotros se nos educó en la honradez. Lamentablemente, el punto de vista moral empezó a perder peso tan pronto como pudimos observar a nuestros modelos adultos y darnos cuenta de que nos pedían que hiciésemos lo que decían y no lo que hacían.
Llega un momento en que, en nuestra cultura, la falsedad es promovida y presentada como modelo. La publicidad en gran parte se basa en la falsedad, ya que se promueven productos asociándolos con ciertas satisfacciones que no pueden ofrecer o que ni siquiera guardan relación alguna con el producto.
En nuestras relaciones diarias, practicamos una falsedad recíproca, hasta el punto de considerar que una comunicación sincera y directa es una descortesía o una ingenuidad. Controlar y manipular se consideran formas legítimas de conseguir lo que deseamos.
Vivir en una sociedad cuyos máximos dirigentes transmiten dobles mensajes acerca de sus valores no es nada distinto a vivir en una familia en la que los padres se comportan en forma incongruente. Y así como los hijos de una familia con reglas contradictorias tienden a expresar con acciones su confusión, lo mismo hacemos nosotros.
Esta tendencia a abogar por la honradez pero practicar la falsedad afecta a nuestro estilo de vida y crea un terreno fértil en el que prospera la adicción. Habituarse a la falsedad, aceptarla como algo normal, facilita la prevalencia del mecanismo de negación.