La soledad, la vejez, la felicidad y la salud mental
Por lo general, a ser feliz ayuda mucho tener un buen contacto con otras personas. Y su opuesto, la soledad, parece ser una de las experiencias más dolorosas y temidas, y tiene un efecto devastador sobre la salud mental.
Dicen que sentirse solo es algo subjetivo, que es una cuestión de expectativas. No se trata de cuán aislado esté en realidad una persona, sino de cómo de aislado pueda llegar a sentirse. De hecho, es la diferencia entre lo que uno espera de las relaciones y cómo las vive lo que despierta y mantiene ese sentimiento de soledad. Porque no nos referimos aquí a la soledad buscada, sino a la angustia y al dolor que genera y retroalimenta la falta de conexión con los demás.
En este sentido, la escala de la soledad desarrollada por la Universidad de California de Los Ángeles es la más utilizada para medir el grado de soledad que alguien padece. Y si hay algún consenso en este ámbito es que la soledad no tiene sexo. Y en cuestión de edad parece que son los adolescentes y los ancianos por encima de los 80 quienes más solos se sienten. También hay diferencias culturales en el hecho de sentirse solo. Y factores como la pérdida de un ser querido o el traslado a otro lugar agravan el sentimiento de soledad. La resistencia o capacidad para estar solo que uno tiene también es muy variable.
Y si la soledad parece ser un gran hándicap para la felicidad y para gozar de una buena salud mental, otros estudios sostienen que somos más felices cuando nos acercamos a la vejez. Encuestas en diversos países muestran que la mayor parte de las personas dan una puntuación elevada cuando se les pregunta por su satisfacción con la vida durante los primeros años de la década de los 20. Después, esa satisfacción desciende, con el punto inferior alrededor de los 50. A partir de ahí, la felicidad crece progresivamente hasta incluso la década de los 90.
Ahora se han publicado los resultados de un estudio sobre edad y bienestar psicológico que confirma esta idea. El estudio, basado en la respuesta de 1.546 personas de Estados Unidos, muestra una tendencia a sentirse mejor con uno mismo y con la vida año tras año y década tras década. Además, se observa la paradoja de que, pese al deterioro físico y cognitivo, la salud mental de las personas mayores era mejor que la de los más jóvenes. Por contra, los autores vieron que los jóvenes en la veintena y la treintena tenían elevados niveles de estrés y más síntomas de depresión y ansiedad.
Los científicos siguen acumulando pruebas que indican que los años nos harán más felices, pero aún no han dado con una explicación completamente satisfactoria que explique la tendencia. Una de las posibilidades, apuntan los autores, es que exista una reserva emocional que ayude a contrarrestar el deterioro físico, de un modo similar al que algunos sistemas cognitivos pasivos equilibran la pérdida de algunas capacidades.
Otro mecanismo al que apuntan los responsables del estudio es que con los años se gane habilidad en la gestión de las emociones y en la gestión de decisiones sociales complejas. Algunos estudios han descubierto que con el paso del tiempo, la gente experimenta menos emociones negativas y muestran un sesgo cada vez mayor hacia memorias positivas que garantizan una mejor salud mental.
Y todos estos recursos, además de con el aprendizaje vital, pueden estar relacionados con cambios físicos producidos por el envejecimiento. La parte del cerebro asociada con la percepción emocional, se vuelve menos sensible a las situaciones estresantes o negativas. Además, los niveles de dopamina en el circuito de recompensa del cerebro descienden con la edad. Y ambos cambios facilitan el control de las emociones y generan una mayor sensación de bienestar.