Las emociones dolorosas son mensajes de nuestra propia alma, que nos dice que hemos perdido el equilibrio y que existe algo a lo que conviene prestar atención
La tristeza es una respuesta natural ante una pérdida importante. Es saludable permitirnos sentir intensamente nuestro pesar y expresarlo. Si ignoramos, negamos o reprimimos nuestro dolor, se nos incrustará en los pulmones o en el intestino grueso. Con el tiempo, convendrá que nos desprendamos de nuestra pena, que superemos nuestro duelo y que aceptemos la situación. Cada reto, cada crisis, es una oportunidad de aprendizaje; una oportunidad para hacerse más sabio, más cariñoso y más fuerte. La aceptación de nuestra pérdida puede traer consigo un mayor coraje y un renovado sentido de propósito. Necesitamos sentir esa tristeza durante cierto tiempo para luego dejarla ir. La pérdida y el fracaso pueden ser unos poderosos maestros.
El miedo y el nerviosismo son respuestas naturales ante un peligro físico o emocional. Un poco de miedo o de nerviosismo puede ayudarnos enormemente por el hecho de aportarnos la cantidad extra de adrenalina que necesitamos ante un reto. Cuando nos enfrentamos a un peligro real, la adrenalina nos proporciona más energía para alejarnos del peligro. Cuando estamos en una entrevista de trabajo o ante una oportunidad especial, una ligera dosis de miedo nos proporciona la energía necesaria para dar lo mejor de nosotros. Si estamos hablando o interpretando algo en público, ese poco de miedo puede disparar una elocuencia que no sabíamos que teníamos.
Distingamos entre cautela y miedo. La cautela es un instinto saludable: nos advierte de que tengamos cuidado ante una situación potencialmente peligrosa.
El miedo o el nerviosismo excesivo son autodestructivos. Nos paralizan, nos impiden actuar en función de nuestros más profundos deseos. El miedo es lo opuesto al amor. El miedo lo bloquea todo en nuestra vida.
Las tradiciones espirituales dicen que sólo hay dos emociones fundamentales, el amor y el miedo. ¿y qué pasa con el odio, la ira, la preocupación, la tristeza y la arrogancia’ Todas ésas, dicen, son descendientes del miedo. El miedo es la falta de confianza en nuestro futuro, una mentalidad que nos convence de que hay nefastas e inminentes consecuencias que no podemos eludir ni controlar. Pero la sensación de indefensión es tan dolorosa que la apartamos a un lado. Convertimos nuestro miedo en ira, o en odio, contra lo que percibimos como un enemigo; o adoptamos una actitud arrogante para ocultar nuestro miedo a través de una preocupación excesiva o una depresión; o bien nos convertimos en imprudentes temerarios que se burlan del miedo.