Si tienes miedo, es una gran noticia: estás vivo. Sólo dejamos de sentir miedo bajo tres circunstancias: cuando lo llamamos de otro modo, cuando tenemos una lesión cerebral, o cuando estamos muertos. Como lo resumen los budistas: ‘Muy pocas veces no tenemos miedo. Sólo cuando sentimos pánico’. El motivo es muy sencillo: nacemos con él y es la emoción estrella que nos ha permitido llegar hasta nuestros días como especie.
El miedo nos ayuda a protegernos de los peligros y nos proporciona ciertas dosis de prudencia para no decir lo que realmente pensamos. El miedo, por tanto, equilibra ciertos impulsos que tenemos desde muy pequeños. Los padres juegan un papel esencial en su transmisión. Educan a sus hijos para que no se asomen demasiado a la ventana, no jueguen con los enchufes o respeten a los profesores. En definitiva, necesitamos el miedo sano para ser prudentes. Ya lo decía Aristóteles: la prudencia es la virtud práctica de los sabios.
Sin embargo, este tipo de miedo, el sano, deja de ser positivo cuando nos paraliza y nos impide poner en juego todo nuestro potencial. Es entonces cuando se convierte en miedo tóxico. Y éste, sin lugar a dudas, no sólo es innecesario sino que, además, nos perjudica a nosotros y a nuestros proyectos. El uso del miedo tóxico tiene un alto precio en la cuenta de resultados y en nuestra felicidad, pero, desafortunadamente, está a la orden del día.
Miedo sano: Su principal cualidad es que es positivo para nuestros intereses y que tiene una base evolutiva. Su efecto es que nos protege ante los peligros. Y su duración es puntual.
El miedo tóxico: Su principal cualidad es que es destructivo para nuestros intereses. Su efecto es que frena nuestro talento y nos vacía de futuro. Y su duración es prolongada en el tiempo.
El miedo sano y el tóxico están íntimamente relacionados. Podríamos decir que se trata de un mismo actor interpretando los dos personajes más universales de la novela de Stevenson: el doctor Jekyll (miedo sano) y Mr Hyde miedo tóxico). Ambos nacen de la misma emoción, pero el tóxico es una deformación del sano. Todos tememos perder el afecto de nuestros seres queridos (miedo sano), pero condicionar nuestro comportamiento día tras día para obtener la aprobación de los demás es miedo tóxico. Y las consecuencias de ambos tipos son bien distintas, tanto en la novela como en la vida real.
¿Qué diferencias hay entre el miedo sano y el tóxico? La más importante es su efecto. Cuando el miedo sano se deforma en tóxico, entra en escena Mr. Hyde, asesinando nuestras capacidades. Nos deja vacíos de futuro. Es un freno a nuestro talento y al de otros si tenemos responsabilidades directivas. El sano, por el contrario, es inocuo respecto al desempeño. Otra diferencia es su duración. El miedo tóxico no tiene fecha de caducidad. Quien lo sufre se ve afectado por él en una gran parte de sus decisiones y comportamientos, tanto en su trabajo como fuera del mismo. El sano, sin embargo sólo hace su aparición estelar en momentos puntuales. La diferencia es sutil, pero los resultados de traspasar la delgada línea roja no lo son en absoluto. Y desgraciadamente, cuando una empresa o una persona emplea el miedo como forma de gestión o de relacionarse con el resto, pulsa el interruptor de nuestro miedo sano y lo convierte en Mr. Hyde.
Así pues, el primer paso para abordar un miedo es saber diferenciarlo de sano o tóxico. Piensa algo que te preocupe y reflexiona sobre las siguientes preguntas:
1.- ¿El miedo te impide tomar decisiones que realmente desearías tomar o sólo es una advertencia?
2.- Si fuera capaz de imaginarte dentro de varios años, ¿te arrepentirías de la decisión que ahora no eres capaz de tomar por miedo?
3.- ¿Es una emoción que es puntual o que te está quitando el sueño?
El miedo sano es la prudencia que nos advierte de los peligros. El miedo tóxico paraliza decisiones que desearíamos tomar y se convierte en una preocupación constante.