Es posible que las drogas más asombrosas sean aquellas capaces de producir transformaciones profundas en la percepción y el conocimiento de uno mismo, hasta el punto de provocar, en ocasiones, experiencias místicas o religiosas. Se trata de las drogas psicodélicas. Aunque algunas personas siguen llamándolas alucinógenos, este nombre no describe con precisión sus efectos. Una verdadera alucinación es una percepción que se produce sin que haya un estímulo ambiental. En la experiencia psicodélica, es más probable experimentar una distorsión de las percepciones; por ejemplo, el color de una hoja o una flor puede parecer excepcionalmente intenso, o un objeto de la habitación adquiere, de pronto, una dimensión enorme. Es habitual ver imágenes y dibujos extraordinarios con los ojos cerrados y se altera la sensación de tiempo y espacio. Una de las experiencias frecuentes y más impresionantes del consumo de drogas psicodélicas es la apertura del yo, la sensación de que los límites entre uno mismo y el resto del mundo han desaparecido.
La experiencia psicodélica varía en intensidad, desde la suave relajación que provoca el cannabis hasta el ‘viaje’ total inducido por el LSD o la mescalina. Los psicodélicos son compuestos de origen muy diversos. Algunos, como el psilocibín y la mescalina, derivan de productos naturales (setas o el cactus peyote), mientras que otros –éxtasis y LSD- son productos de laboratorio.
El papel que desempeñan las drogas psicodélicas en la cultura humana ha ido cambiando a lo largo de su historia. En los rituales religiosos de México y Centroamérica se utilizan setas mágicas y peyote desde hace cientos de años. En el siglo XIX y principios del XX, los químicos tuvieron acceso a esas sustancias y empezaron a extraer e identificar sus ingredientes activos.
Entre los años 50 y los 60, varios psiquiatras y psicoterapeutas estudiaron las posibilidades de las drogas psicodélicas para el tratamiento de las enfermedades mentales y otros problemas psicológicos menores. El éxtasis se utilizaba en terapias conyugales, con el fin de facilitar la desintegración de las barreras entre la pareja y la creación de sentimientos de empatía.
Sin embargo, casi todas estas investigaciones se interrumpieron debido a la preocupación por el uso creciente de drogas psicodélicas en la población general durante los años sesenta. El LSD, en concreto, ocupó el centro de la revolución cultural que arrastró a jóvenes de todo el mundo durante esa época.