La personalidad adolescente y el consumo de drogas

Los adolescentes y las drogas

Hay que tener en cuenta que consumo de drogas y el abuso de estas sustancias, se ven favorecidos por las características de la construcción dela personalidad adolescente y por los problemas emocionales que conlleva. También en este ámbito hay modas, patrones de conducta, valores y estilos que se repiten.

Los jóvenes declaran consumir drogas por placer, pero los estudios sobre el consumo ponen de relieve el vacío, la angustia, la impotencia y el miedo que se esconden muchas veces tras este supuesto placer. Comprender este contexto emocional, cultural y simbólico que rodea al consumo de drogas, puede ayudarnos a reaccionar mejor ante las situaciones concretas a las que nos enfrentaremos.

La presión del grupo

Los jóvenes buscan su identidad y construyen su personalidad en el grupo, entre iguales. El grupo ha cumplido tradicionalmente un papel de intermediación entre la integración en el entorno familiar y la individualización o la relación de pareja. Parece lógico, por tanto, que la ingesta de alcohol y de otras drogas que favorecen inicialmente la extroversión, sea también mayoritariamente grupal. La grupalidad permite también desarrollar la seguridad, la relación de pertenencia, y la diferenciación frente a otros colectivos.

El adulto tiene hoy un papel menos activo en la resolución de los problemas juveniles. Es propio de la evolución de la infancia a la adolescencia, que la familia ofrezca seguridad económica pero no seguridad de valores. Los jóvenes buscan la referencia de autoridad en otros lugares: los medios de comunicación, las nuevas tecnologías, la música, y, sobre todo, los grupos de iguales.

El grupo de iguales, como ámbito básico, convierte a la juventud actual en auto-referencial y auto-socializadora. Esta relación horizontal les aporta puntos de apoyo, un entramado de creencias básicas para construir y significar la realidad social. La red interpersonal ha expandido además sus límites gracias a las nuevas tecnologías, ofreciendo inmediatez, practicidad, e incluso anonimato.

Simetría y ritualidad

El consumo de drogas de un adolescente dependerá en buena medida de los hábitos mantenidos por sus compañeros/competidores. La voluntad propia, en definitiva, se supedita a la presión de grupo. Los jóvenes se refieren mucho a esta presión externa, lo que les permite elaborar un discurso exculpatorio que desplaza su propia responsabilidad al grupo.

Una consecuencia significativa de la grupalidad y la simetría es la ritualidad, que se deriva de las diferentes formas de consumir droga, desde compartir un porro y pasarse pastillas a hacer botellón y a los diferentes juegos de emulación y alarde en los que se enmarca el consumo de alcohol.

La experimentación

El entorno de seguridad que ofrece el grupo permite al menor desplazar la relación de simetría de un plano interpersonal a un plano intrapersonal: probarse a sí mismo la posibilidad de dominio sobre el propio consumo.

Confluyen en el menor y en el adolescente una serie de rasgos que contribuyen directamente a la intensidad e impulsividad de ese consumo: atracción por el riesgo como un modo de conocer y ampliar los propios límites y falsa conciencia de invulnerabilidad. Cuando esta fuerza interna es muy fuerte, puede dar lugar a consumos solitarios y más difíciles de detectar.

La evasión y el proyecto de futuro

Las razones de tipo reactivo (consumir para olvidar, para aguantar) van adquiriendo más significado que las de tipo proactivo (consumir para sentirse mejor, por placer, etc), aunque no siempre los jóvenes están dispuestos a reconocerlo: les devuelve una imagen de sí mismos que no les gusta.

El hecho de que las drogas cumplan una función de huida entre los jóvenes parece justificarse, entre otras razones, por la extrema competitividad a la que se ven sometidos; por la falta de certezas en un mundo cambiante e inestable; por la angustia ante un futuro incierto; por el exceso de actividades extraescolares; e incluso por lo rutinario de sus actividades de ocio.

La minimización del riesgo

Los jóvenes tienen una baja percepción de riesgo, tanto del consumo como de sus efectos físicos y psíquicos, incluso económicos. Se trata para ellos de riesgos muy remotos o lejanos.

Los menores valoran asimismo, de forma especialmente negativa, las prácticas de consumo que no siguen la norma juvenil dominante: el consumo solitario se considera un vicio y constituye para ellos un signo de marginalidad. Frente al consumo supuestamente ocasional, las prácticas cotidianas se entienden también como el verdadero peligro, ya que, si consumes sólo el fin de semana, no te puede pasar nada aunque te excedas.

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