Los padres y la prevención en el consumo de drogas

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La relación mantenida con los hijos es un factor básico en su adquisición de hábitos en edades tempranas. Ello no significa reivindicar la figura de los padres omnipotentes, que se consideran responsables para lo bueno y para lo malo de todo lo que hacen sus hijos.

Muchas veces, es esa visión deformada de la paternidad la que lleva a los padres a preferir no ver, ignorar la realidad de sus hijos ante la imposibilidad de asumir una culpa tan exacerbada. Mucho menos se trata de elogiar la figura de los padres autoritarios, que controlan férreamente la vida de sus hijos.

Los padres y madres, y también los hijos, se mueven hoy en un entorno de complejidad, sutileza e inestabilidad muy superior a la de otras épocas. No hay, por tanto, respuestas únicas ni sencillas sobre cómo afrontar este entorno cambiante y las relaciones paterno-filiales.

Tampoco en el caso de consumo de drogas. Pero es importante tener en cuenta que las medidas que deben tomar los padres para prevenir o abordar este problema no salen de la nada.

No se trata sólo de educar contra las drogas, sino de integrar este problema, aún antes de presentarse o, al menos, cuando se presenta, en el marco de una educación familiar basada en la confianza y la responsabilidad.

La defensa de la confianza entre padres e hijos se basa en la idea de que las relaciones sinceras son más beneficiosas a medio y largo plazo entre personas que se quieren, aunque en ocasiones puedan generar conflictos inmediatos en su convivencia.

Difícilmente podremos conocer, y conocer a tiempo, cualquier problema que estén padeciendo los hijos si no existe esta confianza.

Pero es importante no olvidar que dicha confianza entre padres e hijos debe adecuarse a la naturaleza específica de las relaciones entre ambos.

Los padres son padres, no amigos

La juventud se ha convertido en un valor positivo en sí mismo, y la madurez en un signo de decadencia sin paliativos. Por eso hoy todo el mundo quiere ser joven.

El síndrome de la eterna juventud, cuando ataca a los padres, les lleva en muchos casos a intentar mantener con el hijo preadolescente una falsa relación de iguales.

El efecto negativo no está en el hecho de mantener con los hijos relaciones de cordialidad y franqueza, sino en ignorar que lo que los hijos demandan y necesitan de sus padres es precisamente que sean padres.

Muchos padres no han podido o no han sabido ejercer, alternativamente, modelos de autoridad no autoritarios, que permitan introducir en el entorno familiar el sentido de la norma, de la educación, de la responsabilidad, del compromiso, de los límites.

Los límites son necesarios

El desarrollo evolutivo de menores y adolescentes está muy asociado a aspectos como la experimentación, el coqueteo con el riesgo, el alarde, el gregarismo, la simetría con los otros, la imitación y la construcción de la identidad entre iguales.

Es muy difícil, por tanto, que asuman interiormente los límites, y de ahí la importancia de los límites externos. La rebeldía de los hijos ante las norma les lleva a cuestionarlas, aunque eso no signifique necesariamente que no las reconozcan, ni tampoco que no las acepten o que incluso internamente no las deseen.

El joven vive de manera muy problemática la ausencia de normas, ya que las necesita tanto para respetarlas como para incumplirlas. Su relación con los límites es de trasgresión, porque sabe que para crecer y evolucionar necesita cambiar y romper con las reglas de la infancia.

Todos estos aspectos genéricos de la personalidad del adolescente (y del preadolescente) son, obviamente, un factor de riesgo desde el punto de vista del consumo de drogas.

Cuando los padres hacen dejación de su función de poner límites, acaban por preferir, consciente o inconscientemente, no darse por enterados para no actuar.

Tan importante es para los padres poner límites como saber poner límites. Límites sistemáticos, realistas, coherentes, claros, firmes y sistemáticos: las normas deben cumplirse, y nada hay más contraproducente para el menor que comprobar que no pasa nada cuando las trasgreden. Pero también límites razonables, inteligentes, flexibles, que no sean producto de la situación.

Mejor hijos responsables que sobreprotegidos

La combinación entre a falta de límites y el proteccionismo a ultranza de los hijos es una mezcla tan explosiva como extendida en nuestra sociedad. Un fenómeno asociado al síndrome del mito del padre-amigo como derivación del síndrome de la eterna juventud, es la tendencia a mantener a los hijos en el estadio de infancia el mayor tiempo posible.

Los peligros del entorno, entre ellos y de forma muy destacada el consumo de drogas, no pueden solucionarse sólo desde el control o desde el proteccionismo.

Vivimos en una sociedad muy compleja. Las costumbres y las nuevas tecnologías ponen al alcance de nuestros hijos multitud de ofertas sin que podamos evitarlo. Pero sí podemos ofrecer a los hijos información, valores, habilidades defensivas y de autocuidado, diálogo franco si están dispuestos a él. Sí podemos fortalecer su criterio, su independencia, su responsabilidad, su confianza en sí mismos y en nosotros.

No huir de la responsabilidad ni infravalorar el problema

Los estudios demuestran una cierta relación entre la incapacidad de los padres para actuar adecuadamente y el consumo de drogas por parte de los hijos: alto consumo de alcohol por los padres, problemas paterno-filiales previos, estilos de paternidad muy autoritarios o muy permisivos.

En esos casos se observa, además, menor cohesión, menor implicación de los hijos en el hogar, menor comunicación, menor tiempo compartido, menor satisfacción con su pertenencia a la misma. En ocasiones, el hijo consumidor de droga se convierte en el enfermo designado del sistema familiar, en un síntoma del malestar general, e incluso en un problema-coartada que a veces sirve para ocultar otros.

La dificultad de algunos padres a la hora de tomar conciencia sobre la gravedad del consumo de drogas de sus hijos radica en la propia biografía.

Asocian este consumo a sus hábitos juveniles, sin ser conscientes de las diferencias de edad (ahora mucho más tempranas) y de contexto (ahora más impulsivo y consumista). Esto ocurre muy especialmente en el caso de abuso de bebidas alcohólicas, pero también de cannabis, marihuana, cocaína u otras sustancias.

Saber afrontar las contradicciones

Los jóvenes mantienen muchas veces una postura crítica ante lo que consideran la hipocresía de los adultos. En este sentido, recriminan a los mayores que hagan un consumo normalizado del alcohol y del tabaco; que el poder y el dinero convierta en negocio tanto las sustancias legales como ilegales, y que a ellos se les intente convencer sobre la maldad de su consumo. Esta postura crítica, sin ser falsa, tiene u indudable componente interesado.

Ser padre es estar atento y vigilante

Es necesario proporcionar a los hijos valores, conocimientos, habilidades y límites. Y también la cercanía emocional suficiente para que nos confíen sus problemas cuando todo eso falla.

Cuando llegan los conflictos, la relación que hayamos trabado con nuestros hijos será fundamental para que podamos ser capaces de censurar su conducta o sus hábitos sin que ello suponga una ruptura del vínculo de confianza y para que ellos puedan ser capaces de interiorizar nuestros consejos y de pedir ayuda a pesar de esa censura.

Pero las opciones para padres y madres también es la de poder conocer los problemas de los hijos aunque éstos no se los confíen.

En el caso del consumo de drogas, existen muchos indicadores para la detección, preferiblemente precoz, de ese consumo. Muchas veces esos indicadores son llamadas de auxilio, peticiones de ayuda no verbales que los jóvenes nos hacen llegar a veces inconscientemente.

Saber interpretar de modo adecuado estas señales es fundamental para que los padres puedan actuar sin alarmarse, sin resignarse y con sentido común.

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