Me llama mi hermana para acompañarla al Teatro Real donde el Royal Ballet interpretaba magistralmente, eso dicen, las famosas Variaciones Goldberg, de Juan Sebastián Bach.
Soy un gran amante de la música y me apasiona el ballet. Ambas aficiones fueron adquiridas de mis padres. Desde mi más tierna infancia tengo el recuerdo del sonido de los conciertos y sinfonías de Mozart, Beethoven o Ravel. Pues bien, siguiendo el relato ocupé mi asiento dispuesto a disfrutar de la representación.
Pero, ¡oh sorpresa!. Al cabo de diez minutos aproximadamente me encuentro presa de un sopor repentino. Después de luchar titánicamente con Morfeo, me rindo a sus brazos de forma inconsciente. Este dulce sueño solamente es interrumpido por los impertinentes codazos de mi hermana cada vez que el volumen de mis ronquidos provoca miradas asesinas del público colindante.
Una vez acabado el ballet y al abandonar el teatro, no sin antes recibir variados gestos de enfado de mis sufridos vecinos de butaca, y ante mi perplejidad por mi súbita somnolencia, fui tranquilizado por mi hermana, que me explicó que esta partitura fue compuesta por expreso encargo de un príncipe alemán insomne para quien Goldberg tocaba cada noche hasta que su señor lograba conciliar el sueño.
Ni que decir tiene que desde ese día he sustituido las pastillas para dormir por Bach, con un rotundo éxito.
Mueran los somníferos. Viva Bach.