He aprendido a aceptar la tristeza como un sentimiento vital. Y yo soy un amante de la vida. O eso creo. Porque cuando la melancolía, la añoranza y el victimismo se apoderan de la mente producen un sufrimiento incapacitante cuyo dolor puede llevarte a las puertas del Hades. El problema es que no sólo te pone a ti en los colmillos del perro de las tres cabezas, sino que les puede afectar sobremanera a todos los que te quieren, y en mayor medida cuanto más grande sea este amor.
La solución a esta terrible situación pasa por asumir esta cuasi inevitable emoción como algo natural, inherente al ser humano. Yo personalmente prefiero sentirme triste que no sentir en absoluto. Si no tuviera sentimientos mi vida discurriría como la de un autómata, o lo que sería peor, como la de un escualo cuyo cerebro sólo respondería al jurásico instinto del depredador.
Estoy triste porque amo. Y me gusta esta emoción. No, no soy masoquista, también he sido feliz amando, amando con toda la intensidad que permite mi corazón. Empeñando en ese amor el cuerpo, la mente y el alma. En definitiva con todo mi ser. Y me alegro mucho de haber querido así porque creo que la vida no merece la pena ser vivida sin haber amado incondicionalmente.
También he sido correspondido. De igual manera. Amor que me proporcionó una felicidad inenarrable.
Ahora toca llorar. No es agradable pero cura tu tristeza. La curación tampoco es inmediata pero finalmente llega sobre todo si la acoges como tal.
Sí. Estoy triste. Estoy vivo. Soy feliz.