Desde la web del centro de desintoxicación sin ingreso Clínicas CITA, centro especializado en la desintoxicación y deshabituación de drogas, queremos tratar del perdón, una decisión que nos libera de emociones que nos lastran, una actitud que nos permite mirar al otro y a nosotros mismos de un modo más amable, y comprender que nuestras razones se basan en interpretaciones, no en hechos objetivos.
El perdón requiere valentía para desprenderse de la ira o del enfado y para comprender que detrás de la falta de delicadeza o de criterios maduros existe una persona con demasiado miedo para haber actuado con mayor cordura. El perdón tiene además la capacidad de transformar la amargura en neutralidad e incluso en recuerdos de tinte positivo.
A veces, la sensación de culpabilidad tiene orígenes difusos para la razón. Podemos pensar que somos culpables de sentir ira, morbo o curiosidad en algunos aspectos mal vistos socialmente o culpables por no sentir más amor del que nos gustaría experimentar. El perdón hacia los otros y hacia uno mismo de los errores o de la emociones vividas es un bálsamo que nos ayuda a poner realidad a lo que podemos hacer. No somos perfectos, nos equivocamos, al igual que otros lo hacen. Y aceptar nuestros límites es también un modo de descansar en el perdón a uno mismo, el más difícil de todos.
Perdonar no significa olvidar o negar el dolor, sino cambiar las etiquetas del propio pasado. Todo el proceso se apoya en el cambio de percepción de los hechos y las personas que nos pudieron hacer daño. Por ello, si somos capaces de tomar distancia, de simpatizar con el otro y con sus motivos de fondo y de reinterpretar lo vivido, tendremos más capacidad para superar los recuerdos dolorosos. Y todo ello podemos aplicarlo al perdón hacia uno mismo.
Perdonar no es lo mismo que justificar, excusar u olvidar. Perdonar no es lo mismo que reconciliarse. La reconciliación exige que dos personas que se respetan mutuamente, se reúnan de nuevo. El perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella. Uno puede perdonar y sin embargo no reconciliarse. El perdón permite liberarse de todo lo soportado para seguir adelante. El perdón opera un cambio en nuestras emociones. Debemos ponerle fin al ciclo del dolor por nuestro propio bien y por el bien de futuras generaciones, ya que el resentimiento es algo que transmitimos casi sin darnos cuenta. El perdón es un regalo que debemos proporcionarles a nuestros hijos. Podemos pasar del dolor a la compasión. Cuando perdonamos, reconocemos el valor intrínseco de la otra persona simplemente por el hecho de ser humano. A veces, podemos darnos cuenta al perdonar que el otro, aquel que nos lastimó, ha perdido en el camino parte de su capacidad para ser feliz y que se está perdiendo y cercenando él mismo la posibilidad de recibir amor. Ahí empezamos a sentir compasión por él.
El perdonar no borra lo mal hecho, no quita la responsabilidad al ofensor por el daño que inflingió, ni niega el derecho a que se haga justicia. Perdonar es un proceso complejo. Es algo que sólo nosotros mismos podemos hacer. Paradójicamente, al ofrecer nuestra buena voluntad al que nos ofendió o lastimó, encontramos el poder para sanarnos a nosotros mismos.
Desde algunas corrientes de psicología se afirma que las personas que han sido profunda e injustamente heridas, pueden sanar emocionalmente perdonando a su ofensor. Se han realizado estudios sobre las características emocionales de las personas y su relación con la enfermedad y se ha llegado a la conclusión de que los estados emocionales nocivos enferman nuestras emociones y nuestro cuerpo físico. Un resentimiento largamente guardado, al que no hemos dejado que fluya, del que no hemos hablado, al que hemos pretendido borrar y ocultar, nos puede llevar al camino de la enfermedad.